AÑOS DE PESADILLAS, AÑOS DE MARAVILLAS (PARTE 2)

… No estaba, el portátil de Sergio – mi amigo guajiro –  no estaba donde lo había dejado; ¡vaya ‘mierdero’ el que se me iba a formar! El episodio contaba con un agravante. Un mes antes de la tragedia que les estoy narrando, estuve en Carmen de Apicalá – un pueblo aledaño a Melgar – de paseo con varios amigos de la universidad de La Sabana. Cuando llegué del viaje, me percaté de que en la habitación faltaba algo; nada más y nada menos que mi computador. Como señor sin paciencia haciendo fila para cobrar la pensión, armé magno escándalo; grité que dónde estaba el portátil, que quién lo había cogido. Al comienzo nadie respondió – el inquilino no se encontraba en ese momento –, hasta que, después de tanto lanzar alaridos, Norman – mi compañero de apartamento –  soltó información sobre el paradero del desaparecido artefacto.  El susodicho, con cara de sapo que está “sapeando”, me dijo: “Tatán, lo que pasa es que al inquilino se le cayó y lo rompió, pero no se preocupe, él ya lo mandó a arreglar”. Ese día el Inqui, como le voy a llamar de cariño, llegó a mi habitación con un perro caliente. Su inteligencia lo llevó a pensar que con ese detalle olvidaría el computador. Lo peor del asunto, es que me dio risa, me comí el perro, prendí el PlayStation3, y con tono de voz firme, le dije que necesitaba mi computador arreglado lo antes posible. La razón por la que nunca saqué al tipo fue que él, y sólo él, sabía dónde estaba mi computador. Si lo echaba, jamás volvería a saber de éste. En realidad lo que más me importaba era la colección de música de los ochentas que en su interior guardaba. De mil maneras intenté persuadirlo de que me dijera dónde estaba, le dije en varias ocasiones que yo mismo iba y pagaba el arreglo para que me lo entregaran, pero no sé por qué siempre lograba convencerme de que al computador nada le iba a pasar. Volviendo a la historia, metí los brazos en las toallas donde había escondido el ordenador de Sergio y no lo encontré. Me volteé iracundo hacia el ladrón de computadores, que dormía en mi cama con la tranquilidad de un bebé, lo levanté a gritos e insultos reclamándole por la ausencia del portátil. El señor se levantó de la cama de un brinco, diciéndome entre sollozos que no lo culpara, que no lo hiciera sentir mal, que él no sabía nada. Mientras a este man le faltaban segundos para arrodillarse por consuelo, los tíos de Julián Pardo – el dueño del apartamento –, luego de escuchar mis fuertes reclamos hacia el visitante no deseado, salieron a preguntar qué sucedía. En la sala, el tío de Julián enfrentó la situación. “¿Qué es lo que está pasando?”. Delante del inquilino le respondí que se había perdido el computador de un amigo de la universidad, y que lo más seguro era que él fuera el culpable. “Pero, ¿cómo así?, ¡eso no puede pasar acá!”, afirmó con rabia el tío. Mientras el señor y su esposa llamaban a la policía, me comuniqué con  Norman para preguntarle si sabía algo sobre el computador Hp – Hewlett-Packard – del Guajiro. Él, con su extraña manera de ser, se ofuscó más que yo, y de inmediato preguntó por su ordenador: “¿A mi computador le pasó algo?”. Le dije que no se preocupara, que el desaparecido era el de Sergio, que al de él nada le había sucedido. “Tatán, vaya a mi cuarto y revise mi maletín”, me aconsejó. Corrí a su habitación con el celular; todavía seguíamos hablando. Entré, revisé su cuarto, y por ningún lado encontré un maletín con las características que me dictó. Le informé que no había ningún maletín en su habitación, mucho menos su computador. Ustedes no se alcanzan a imaginar la desesperación que Norman transmitía por el móvil. En un tono de llanto, odio y angustia, la nueva víctima de robo moría lentamente al otro lado del auricular. “No Tatán, yo vivo de ese computador, ahí tengo todos mis proyectos, me van a echar del trabajo. ¡Hijueputa ese!, ¡lo voy a matar apenas llegue!, ya voy para allá”, y colgó. Salí de allí y les conté a los tíos de Julián sobre la desaparición del computador de Norman.   La nueva víctima llegó al “hogar del pánico” con cara de desconcierto, profiriendo insultos al inquilino, quien sólo observaba la situación desde una esquina. Hasta ese momento yo no había hablado con Sergio sobre la desaparición de su computadora; me daba físico pánico contarle. Tomé aire y lo llamé. El guajiro me contestó el móvil con el tono amable que siempre tiene al hablar; yo sólo pensaba en cómo le iba a cambiar en unos segundos. Le dije, sin lubricación alguna, que el inquilino – con el que él había compartido en varias ocasiones – se había robado los computadores de todos. Apenas terminé con la última letra de mi frase, soltó el llanto, acompañado, obviamente, de insultos y reclamos hacia el Inqui. Me dijo que lo esperara en mi casa, que no demoraría en llegar. Reunidas las tres víctimas de hurto, hablamos con el portero, quien señaló al inquilino y afirmó haberle visto entrando al edificio la madrugada anterior junto con otros señores. Por primera vez sentí odio hacia alguien – ese sentimiento no suele aparecer en mí –, me dejé robar el computador en la cara, y a pesar de haberlo hurtado, el Inquilino tuvo el descaro de compartir techo conmigo durante meses, comer de mi comida, ponerse mi ropa, dormir en mi habitación, reír conmigo, en fin, ¡verme la cara de huevón! Además, no habiéndole bastado, ¿roba a mi compañero de apartamento y a un amigo de la universidad? Perdón por la expresión, pero, ¡mucho hijueputa! Un día después de la desaparición de los computadores, me encontraba, como para variar, durmiendo del desocupe matutino que caracterizaba ese semestre. Toda esa mañana el celular sonó y sonó, y en un par de ocasiones me levanté a revisar quién llamaba insistentemente; era mi mamá. Cuando el celular por fin logró desesperarme, contesté. Saludé a mi mamá, quien con un tono poco alentador, me preguntó que por qué no contestaba el móvil. Le respondí que estaba en clase, hubo una pausa aterradora, y Claudia Patricia confirmó lo que ya venía temiendo. “Sebastián, acabo de llamar a la universidad y me dijeron que tú no estás estudiando este semestre”, Sentenció. Luego de escuchar esas dolorosas palabras, no fui capaz de producir sonido alguno, quedé como cuando te pica el gusano de la seca, petrificado. Con ese perpetuo silencio, acepté todos los cargos que me acababan de imputar. Pegada al celular, como me imagino que estaba, la mujer que me parió comenzó a llorar, más que con rabia, con el alma destrozada. Intentó decirme algo, pero…Colgó. Puse el celular en la mesa de noche y me recosté en la cama. Ese día dormí mañana y tarde, si me levantaba, los demonios de la culpa se me abalanzaban enseguida, por lo que me volvía a sumergir en profundo sueño. A eso de las siete de la noche, después de durar casi todo el día postrado en la cama, sentí la presión de una mano tocándome, y una voz que me hizo levantar con un: “Brother, párate, ponte algo y camina a comer, tampoco te vas a morir”, era mi buen amigo costeño, Guillermo Rafael Salgado. Salimos del edificio y caminamos hasta una pizzería cercana. Guillo debió pensar que tal vez la mezcla entre la piña y el grasiento queso derretido, harían que olvidara, aunque sea por un momento, mis terribles penas.  Luego de comer, mi brother me entregó un billete de cincuenta mil pesos y me dijo que los hiciera rendir, que mis padres no me iban a mandar un peso. Entré a mi habitación, tomé el IpodTouch e ingresé al correo electrónico. El primero correo en lista era de mi mamá. Acá está el archivo: Sebastián, pienso, pienso y pienso y no alcanzo a entender cómo, en qué momento me equivoqué tanto…………….te quiero pedir perdón por no haberte criado como debí hacerlo, por haber sido tan permisiva, por no haberte dado ejemplo en veracidad, por haber  sido tan débil…por todos los errores que cometí. No puedo dejar de expresarte la tristeza que siento al ver cómo has perdido el tiempo, las oportunidades y todo lo bueno que la vida te ha puesto en el camino……..Hoy que tienes que asumir tu propia existencia sin ayuda económica, por lo menos de parte mía , espero tomes decisiones radicales por tu propio bien. Por favor me ayudas con la devolución del dinero de la matrícula. Ojalá Dios te ayude y puedas salir adelante. Mamá Terminé de leer el correo, y después de muchos intentos fallidos por contactarme con Patricia, contestó. Me dijo que había llamado a Julián para decirle que no seguiría pagando arriendo, por lo que debía desalojarme apenas culminara el mes – faltaban pocos días para ello –. Yo sabía, muy en el fondo, que si accedía a volver a mi ciudad natal, mis padres me ayudarían a solucionar el problema. Pero, como cuando hay que ponerse los pantalones bien puestos, le dije a mi mamá que no se preocupara, que yo vería cómo salía del lío. Tenía diecinueve años, mi familia no me quería ver ni en pintura, debía dos computadores, me acababan de dejar sin techo, y estaba en bancarrota; manejaba más liquidez económica el que recicla las basuras de McDonald’s, que yo. Era lo más bajo que había llegado en toda mi vida. Patricia se mantuvo  firme en la decisión de no enviar dinero, mientras que mi papá, con lo bravo que es, no quiso verme como un indigente y cedió a mandarme alguito de plata. Sin tener a dónde ir, Jaime Cardona, otro gran amigo, ofreció hospedarme en su apartamento. Allá estuve durante veintinueve días, de los cuales, todos estuve anestesiado. El veintinueveavo día recibí una llamada de aliento: “Tatán, ¿cómo estás?, hablas con Maca. Te llamo para ver si estarías interesado en trabajar. ¿Qué dices?” En ese momento pensé: “No, pues…la verdad, ando muy ocupado rascándome las huevas todos los días, si quieres llámame en un mes a ver si se me despierta el interés”.  Me dio risa el impulsivo pensamiento y le respondí: “¡Por supuesto que me interesa!, ¿cuándo y dónde empiezo?” Emocionado, colgué el celular y llamé Luis Carlos Guerrero – otro buen amigo -, le di las gracias por el trabajo que me acababan de ofrecer; en el fondo sabía que él había sido el encargado de gestionar el empleo. Para celebrar pedí una avena de canela, dos ‘ponquecitos’ Bimbo, medio de Marlboro Light y una película porno; la última es mentira. Uno ya no pide películas porno, el Internet facilitó esa ‘vaina’. Al día siguiente tuve la entrevista de trabajo. No fue en un edificio de veinte pisos, mucho menos en saco y corbata; nada de eso. Fue bastante informal y,  básicamente, desde que entré ya contaba con el: “Está contratado”.  Me explicaron qué y cómo tendría que hacer el trabajo, me despedí de todos y arranqué para el apartamento. En el camino iba muy feliz, me decía enérgicamente: “Enanito, ¡a lo hecho, pecho!”. Me sentía aliviado, comenzaba a salir de tanto lío. Continuará… PDTA: Esta entrada va dedicada a la mujer que más quiero en el mundo, mi mamá.

¿QUIERES
CONTRATARME?

Para cualquiera que sea el servicio para el que nos quieran, lo único y más importante que deben saber es que en esta empresa nos importa la gente, por eso trabajamos con intención y mucho amor.    

TÉRMINOS Y
CONDICIONES

Cada contrato tiene unos términos y condiciones específicos, que serán acordados en la intimidad de la negociación.

SÍGUEME EN MIS REDES

para estar en contacto

LLÁMANOS: +57 3165334024        CHATEA: +57 3165334024       VISÍTANOS: Calle 61 # 17E-60      ESCRÍBENOS: tatanfue@gmail.com

Captura de pantalla 2024-08-13 115603